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La casa común: SU GOBIERNO.

Foto del escritor: DANIEL RAMOSDANIEL RAMOS

Actualizado: 2 sept 2020


MARTES 1 SEPTIEMBRE 2020

JUBILEO DE LA TIERRA

Laudato si, mi Signore, per sora nostra matre Terra, la quale ne sustenta et gouerna, et produce diuersi fructi con coloriti fior et herba. (texto original, dialecto umbro) Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.


Lc 4, 31-37

“Todos estaban asombrados de sus enseñanzas,

porque hablaba con autoridad”.

Los pasado días vividos en modo lockdown, para quien verdaderamente lo tomó en serio, fueron de grandes revelaciones, para quien –con igual actitud- puso atención a las diversas voces que nacieron del silencio.


La fascinantes imágenes circulantes en los medios de comunicación de los delfines recorriendo los canales limpios de Venecia, la fotografía satelital de los notables descensos de niveles de contaminación en ciertas zonas del planeta y los tulipanes vueltos a surgir después de décadas en mi cercana Villa d’Este, son improntas mentales que, en su momento, fueron para mí gotas de agua fresca, en el desierto aridísimo del confinamiento social.


Nadie podría negar que fueron “ruido” en medio a todo ese silencio desconcertante que envolvía aquellos días. Lo expreso desde mi experiencia en Italia, donde el confinamiento social fue radical y muy severo, donde nuestro único contacto con el exterior por más de dos meses fueron los medios de comunicación social.


De los recuerdos más presentes que tengo es el silencio extremo que solo era interrumpido por las campanas de algunas de las iglesias de la ciudad que jamás dejaron de tocar, además del automóvil que pasaba todas las tardes anunciando las recomendaciones a seguir para contener la epidemia. Creo que aquellos días el silencio era lo que más se expresaba. Era la única voz que se hacía sentir.


El evangelio de este martes 1 de septiembre (Lc 4, 21-37), primer día del Jubileo de la tierra, nos describe la acción exorcista de Jesucristo sobre un endemoniado que vendrá curado por él. Pero dejando un poco de lado el acontecimiento extraordinario de la liberación de este mal, me llama la atención cómo la narración señala antes del momento del dialogo de Jesús con los demonios, donde apunta que “todos estaban asombrados de sus enseñanzas, porque hablaba con autoridad”. Subraya el estupor que causaba su discurso a sus oyentes y la fascinación que dejaba en aquellos atendían a sus palabras.


Las palabras de Jesús son palabras de autoridad, tienen fuerza y poder. Este Jesús que nosotros proclamamos desde nuestra fe como “verdadero Dios y verdadero hombre”. La autoridad divina se hacía sentir en él de forma desconocida en sus palabras humanas. El poder se manifestaba en su pequeñez, pues los mismos demonios se refieren con familiaridad a él: “¿eres tú Jesús nazareno?”.


La autoridad, como atributo divino, es participada a Jesús. Se deja ver en sus palabras y milagros. Pero como atributo divino, es también compartido y participado a otras situaciones existentes, como el artista participa su ser a su obra. Una de estas situaciones es a la “Madre tierra”, nuestro planeta, o “casa común” como lo ha llamado el papa Francisco en la encíclica Laudato sii, publicada en el 2015.


Francisco de Asís en el Cántico de las criaturas lo había ya expresado, intuyendo este gobierno que ejerce sobre las demás criaturas que sobre ella habitan y de ella viven y son. Digo “intuyendo” solo por usar este término de manera genérica y en respeto al santo de Asís a quien la tradición, el Magisterio y el pueblo tienen como un carismático y no como un teólogo. Más como un inspirado que como un teórico sistemático.


Jesús expresaba su autoridad con la fuerza de su elocuencia. Sus palabras eran expresión de orden y llamada de atención. Sus milagros eran también eran un lenguaje desconocido que fascinaba más por lo que hacía reflexionar en torno a cada evento, que el evento milagroso en sí. En todas las narraciones de sucesos milagrosos encontramos una catequesis previa o posterior, un reclamo metodológico y siempre con tintes sociales. Una protesta y evidencia de tipo religiosa. Siempre un llamado a volver a la práctica de la caridad con el prójimo más que a la ley en sí misma. El lenguaje de Jesús es una “sacudida” fuerte al orden, como un temblor que viene de la tierra para reacomodarse.


Nuestros tiempos post-pandémicos deben ser tiempos de introspección personal y social. Deben ser una oportunidad para evaluar lo que hemos venido haciendo mal, por ignorancia o conscientemente, y comenzar desde la intimidad de lo nuestro (conciencia, familia, casa, trabajo, grupo parroquial…) para ir formando una cadena sólida de una nueva conciencia que mire al respeto de la “casa común” y los que en ella habitan.


Es innegable que esta situación de emergencia sanitaria que aún no termina de irse, continua a hablarnos con lenguajes inéditos a los que solo pocos –y los que se esfuercen- lograrán entender. U otros más que, escuchando y entendiendo- permanecerán en la necedad de su egoísmo y en la obsesión de sus intereses personales. Estos tiempos han evidenciado la rectitud de intenciones de tantos y las bajezas de otros más. Hay hecho ver las delicias del ser humano y sus podredumbres.


La “Madre tierra” tiene diversos lenguajes para expresarse, no basta ser especialista para darnos cuenta. Somos los seres humanos los que debemos usar nuestra capacidad de múltiple interpretación de dichos lenguajes para atender su llamado de desesperación y de necesidad del respeto que urge. También de su lenguaje de belleza y providencia que tantas veces nos pasa desapercibido. Es necesario que rescatemos lo mejor de nuestro “ser bueno” (Gn 1) para crear esta nueva conciencia que se requiere. Que sorprendidos por su belleza y su poder, como el lenguaje y fama de Jesús de Nazaret que; “se extendió por todos los lugares de la región”. ¡Llevemos su bondad y su belleza, pero también su grito de dolor hasta los últimos rincones!, pero iniciemos ya en nuestra propia casa.


Paz y bien.



 
 
 

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