La pandemia global del Covid-19 indudablemente llegará a su fin pronto, nuestros sistemas inmunológicos y nuestros científicos y laboratorios encontrarán los medios para contener el embate del virus. Veremos detenerse la dolorosa cuenta de muertos y multiplicarse el feliz número de quienes se recuperen. No será la primera pandemia que la humanidad enfrente y venza en su ya larga historia, tampoco la última. Pero sí es seguro que al llegar su esperado final, el mundo no será el mismo ni el futuro seguirá perfilándose como lo que era.
El primero, y tal vez más inquietante cambio producido por la pandemia, es en el aspecto político-económico. Desde finales de los años 60, hasta el comienzo de esta pandemia, existió la idea de que EL SUJETO O INDIVIDUO, puede hacer lo que quiera con su persona, con sus bienes, y con sus derechos. La demolición del Muro de Berlín (1961) a manos de multitudes ansiosas de libertades civiles, políticas y económicas, fortaleció esa convicción. Luego, la certeza creció desmesuradamente porque se hizo difícil encontrar, en la historia económica mundial, otro período de expansión comparable al que hemos vivido durante las últimas cuatro décadas. La globalización, el libre mercado, el mercado virtual, etc., cambiaron las formas económicas.
La humanidad ha generado enormes riquezas durante este tiempo. A la vez que ha acumulado unas tasas de desigualdad que se reflejan claramente en la sideral distancia que media entre el hombre más rico y el más pobre del planeta.
No hay una sola voz en el mundo que durante los últimos cuarenta años haya exigido mayores espacios de libertad económica, política y social, como esta generación en la que estamos viviendo, y a su vez hoy no hay alguien en el mundo que no esté clamando por la más inmediata intervención del Estado o de los Estados para poner fin a esta pandemia. El Estado vuelve al centro de la escena y parece que permanecerá allí por un buen tiempo.
Pensando en el día siguiente; cuando el covid-19 sea ya como un ciudadano más con el que conviviremos en la cotidianidad, cuando veamos el fin de la pandemia y respondiendo al clamor por la acción estatal, somos testigos de cómo los países ricos preparan intervenciones y controles masivos sobre la actividad económica. Cómo vienen inmensas inyecciones de dinero a sus mercados para contrarrestar el impacto negativo de la cuarentena, que ya se prolongó en demasía.
A la luz de lo que venimos viviendo durante la lucha contra el Covid-19 tres serán los modelos de entrega de dinero a la vista:
a los bancos para que presten más barato.
a las empresas para que no quiebren, ni despidan a sus trabajadores.
a las personas directamente para que subsistan.
Estas alternativas, traen consigo un doble objetivo, es decir, también llevan dentro un paquete tecnológico que puede acabar con el secreto de la vida privada. Ya desde muchísimo antes de la emergencia provocada por el Covid-19, los defensores de los derechos fundamentales habían alertado del peligro que las nuevas tecnologías representan para la privacidad de las personas. Hoy que, por medio de una aplicación, se puede conocer hasta la temperatura de alguien, no resulta difícil de imaginar lo que un Estado con actitud policiaca podría hacer con eso y cómo el derecho a la intimidad se vería irremediablemente desvanecido.
A principios de junio del 2013, la comunidad internacional se vio conmocionada cuando Edward Snowden, un ex agente de la NSA, delinquió para dar a conocer numerosos documentos que contenían información masiva y privada de ciudadanos de todo el mundo. Ellos daban cuenta de cómo una importante agencia de seguridad de una de las democracias más sólidas y antiguas del mundo, recibía cerca de 250 millones de listas de contactos de ciudadanos al año, empleando un programa global de espionaje de las comunicaciones que operaba a partir de la obtención de datos de los ciudadanos mediante la utilización de medios telefónicos y la Internet.
En 2016, la posibilidad de que las bases de datos de Facebook y otras redes sociales hubieran sido usadas por Cambridge Analytica para alterar la decisión de voto de millones de personas en las elecciones presidenciales de un cierto país, dejó de manifiesto el peligro que representarían las nuevas tecnologías no solo para la privacidad de las personas, sino también para su fuero interno y libre albedrío.
Si la política y la tecnología llegaran a combinar -y lo hará, no lo duden- la capacidad de controlar el movimiento de las personas con el poder de manipular sus decisiones y elecciones empleando sus patrones de preferencias en el consumo de información y bienes, construiría dictaduras perfectas.
Pero no todo es desalentador. El futuro no está escrito. Carlomagno, Napoleón, Hitler, Stalin y todos los tiranos que en el mundo han sido, soñaron con manejarlo todo, y uno a uno fracasaron.
La lucha entre libertad y seguridad tampoco se detendrá jamás. Toda vez que las amenazas estarán allí todo el tiempo y conjurarlas siempre exigirá la reducción de los espacios de libertad.
Después de la pandemia, un inquietante y nuevo mundo se abrirá ante nuestros ojos. La libertad sufrirá nuevas asechanzas y amenazas en él. No será nada nuevo. La propia lucha contra el Covid-19 trajo una severa restricción de nuestra libertad, de nuestros derechos. Todos la hemos asumido como un sacrificio temporal y, ante esto, jamás deberíamos olvidar que el sacrificio de la libertad siempre ha de ser temporal, pues, de lo contrario habría llegado la tiranía.
Fr. Daniel González Arechiga OFM
Fraile y sacerdote franciscano
Lic. en Derecho. Mexicano
Apoderado legal en turno de la Provincia Franciscana de los santos Francisco y Santiago en México.
Comentários